Y Dios creó Arrakis para templar a los fieles...
Descubrí a Frank Herbert, a los diez años, mientras nos introducían en el juego de Avalon Hill que lleva el nombre de su obra maestra, DUNE. Grandísimo juego, y grandísima obra. Cuando la leí por primera vez con lo que me quedé, y que también es lo que en ese momento realmente buscaba, fue con su trasfondo épico, ese que nos encontrábamos partida tras partida en el juego de Avalon Hill, con los Atreides ayudados por los indómitos Fremen enfrentados al Emperador y a los maquiavélicos Harkonnen. Y entre medias, los pragmáticos miembros de la Cofradía con su monopolio de los viajes espaciales y las Bene Gesserit con sus complejos planes genéticos. Todos complotando en ese planeta inhóspito, Arrakis, más conocido como DUNE, fuente de la especia melange que alarga la vida y expande la conciencia permitiendo los saltos seguros a través del hiperespacio y con ello los viajes interestelares. Porque, aquel que controle la especia dominará el Universo. Disfruté mucho del libro, me enfundé en el uniforme verde y negro de la Casa Atreides, activé mi escudo corporal, apreté fuerte mi cuchillo de combate en la mano, recité la Letanía contra el Miedo y me lancé a la batalla. ¡Qué le voy a hacer!, nunca he sido muy devoto de los lados oscuros, los malos molan, pero los buenos molan aún más. DUNE es una novela sencillamente, enorme, adjetivo aplicado en todo su esplendor, que pide ser leída en más de una ocasión, algo que he hecho descubriendo siempre un sinfín de nuevos matices que anteriormente había pasado por alto. Aporta con su lectura muchísimo, tanto que lo mejor es que te la leas si no lo has hecho aún, o te la releas en su caso, porque raro será que no descubras algo nuevo en ella. Y puestos a ello, si después tienes ganas de más, por favor, pasa y ponte cómodo porque tienes unos cuantos libros que perpetúan la saga que te mantendrán ocupado y con tu mente en plena ebullición. Hay quien piensa que después de leer DUNE, las restantes novelas de la saga sobran, o que se puede prescindir de ellas. Coincido en que puedes prescindir de las mismas, si quieres, ¡pero no en que sobren!